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El ruido lo inunda todo nublando nuestra percepción. Concentrarnos en cualquier tarea, o peor aún, descansar nuestra mente sin pensar en nada, se convierte en misión imposible.
Siempre hay un mensaje que responder, un vídeo que mirar, un estado que observar… ese cacharro que nos acompaña hasta la cama, reclama insistentemente nuestra atención y casi sin darnos cuenta caemos una y otra vez en la trampa.
Desde la perspectiva de la comunicación en cualquiera de sus ámbitos, esto supone un reto tremendo. ¿Cómo destacar en medio de esta tempestad? Tenemos un tiempo muy limitado y unos receptores con interés mínimo por todo aquello que no sea capaz de despertarles. Además, esta situación empeora exponencialmente a medida que baja la edad de nuestro público objetivo.
Esto contrasta con las plataformas que han logrado convertirse en los mayores ladrones de tiempo contemporáneos. Especialmente las redes sociales lideradas por el conglomerado de Facebook y Tik Tok. Su gran mérito y la fuente de su riqueza, es la extraordinaria capacidad que poseen de mantenernos pegados a la pantalla durante horas atontados.
¿Cómo lo consiguen? Gran parte de su éxito proviene de los algoritmos que controlan todo lo que vemos en sus aplicaciones. Sistemas de big data y aprendizaje automático que analizan en tiempo real nuestras interacciones, para mostrarnos en cada momento lo que deseamos, filtrando los perfiles de usuario y publicaciones que saben llamarán nuestra codiciada atención.
Competir con ellos es una tarea titánica, y al final, para llegar al posible cliente, nos valemos de las herramientas que ellos mismos nos facilitan, por un “módico precio”, atacando a los perfiles que creemos pueden estar interesados en los productos o servicios que ofrecemos.
Este vía de la publicidad segmentada en redes, nos hace dependientes de los monopolios tecnológicos y subordina nuestro crecimiento a la capacidad de inversión frente a los competidores. La banca nunca pierde.
No obstante, hay otros caminos que merece la pena explorar. Menos concurridos pero dónde podemos labrar nuestra independencia y construir relaciones más sólidas.
En este contexto estamos en un punto en que los mensajes masivos carecen de fuerza, aunque a golpe de talonario e insistencia acabemos estampando la piedra en alguien. Aquí es dónde la relevancia cobra un protagonismo brutal. Sobre esto comentaba en su blog Calvo con Barba:
“«Ve donde te hagan caso» parece un consejo mucho más razonable. Donde tu mensaje, tu producto o tu servicio sea valorado. Donde puedas mantener conversaciones porque lo que tienes que decir le importa a quien tienes delante. Donde puedes relacionarte con los presentes con naturalidad, sin tener que usar los codos para hacerte un hueco, ni levantar la voz ni, si me apuras, pagar para reservar mesa.”
Se trata de encontrar ese lugar dónde somos necesarios, dónde podemos aportar, un lugar dónde no personalicemos, sino que hablemos de persona a persona. Y lo más importante: debemos escuchar. ¿Cómo podemos reclamar un interés que no merecemos, sin preocuparnos antes de conocer a nuestros interlocutores?
Nunca será una buena solución fiar toda nuestra comunicación y captación comercial a redes de terceros, se llamen Instagram o Google. Hay que hacer el esfuerzo de desarrollar y mimar nuestros propios canales, en busca de esa relevancia que será la que finalmente pueda llevarnos a conquistar la atención de las personas a las que realmente tenemos algo que ofrecer.