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La descomposición del ecosistema mediático en la era de la IA
Vivimos tiempos de transformación radical. Y como suele ocurrir en estos periodos, no todos los actores del ecosistema digital están consiguiendo adaptarse al nuevo paradigma. Uno de los sectores más afectados es el de los medios de comunicación. No por la tecnología en sí, sino por lo que está dejando al descubierto: un modelo que ya era frágil, hoy se tambalea ante la dictadura algorítmica, la fragmentación de audiencias y la irrupción de sistemas de inteligencia artificial que alteran profundamente los circuitos de producción y distribución de contenidos.
Este artículo nace de una pregunta urgente: ¿qué futuro les espera a los medios, en un escenario dominado por plataformas cerradas y respuestas instantáneas generadas por IA? ¿Y qué espacio queda para el criterio, el análisis y la sensibilidad humana?
Carlos Molina, escribe “La web abierta se tambalea” publicado en MultiVersial, donde sintetiza con claridad el momento actual. El tráfico hacia los medios cae, los usuarios ya no navegan como antes y, cada vez más, se informan a través de resúmenes, vídeos o respuestas directas generadas por IA. La web abierta —ese tejido distribuido de información, donde los medios tenían un rol central— está siendo desplazada por una capa de plataformas opacas, más eficientes, pero menos transparentes.
“Los resultados de búsqueda están llenos de spam SEO y, ahora, respuestas generadas por IA que hacen que descienda el tráfico en la web abierta.”
El problema no es únicamente la pérdida de visitas. Es también la pérdida de interlocución: los medios están siendo desplazados como emisores de información validada, en favor de fragmentos, síntesis automatizadas y contenidos consumidos sin contexto ni fuente. La economía de la atención, aliada con la automatización, no busca verdad ni profundidad. Busca clics, permanencia y rentabilidad.
Un ejemplo paradigmático de esta crisis es el caso de Jot Down, narrado en primera persona por su director, Ángel L. Fernández Recuero, en un texto reciente publicado en la propia revista. Los datos son demoledores: la caída de lectores ronda el 35,8 %, las sesiones han descendido un 40,5 % y el tráfico procedente de Google ha bajado un 31,8 %. En redes sociales, el descenso es aún más pronunciado: Twitter, por ejemplo, aporta un 56 % menos de visitas que hace un año.
Pero lo más alarmante es este dato:
“El 75 % de las búsquedas no terminan en clic. El modelo estático de la web ha sido absorbido por una capa conversacional que funciona como un filtro omnisciente.”
Ya no se busca para visitar, se busca para resolver. Ya no se accede a los medios, sino a las respuestas. Y la respuesta, en muchos casos, ya no es humana, ni siquiera periodística. Es estadística, predictiva y automática.
Frente a este escenario, hay una defensa posible. No desde la nostalgia ni desde la resistencia ciega a la tecnología, sino desde una idea más profunda: hay cosas que la IA no puede (aún) replicar, por mucho que lo intente. Una de ellas es el juicio humano. La sensibilidad. El gusto.
En su texto “Afilar el gusto”, el boletín Honos propone una defensa filosófica y necesaria de ese espacio no automatizable del conocimiento. Frente a la lógica de la solución rápida y la abundancia artificial de opciones, se reivindica la complejidad del proceso humano de elegir, de dudar, de refinar.
“El gusto no es solo escoger bien, es haber convivido con la duda de elegir. […] Los LLM pueden mostrar millones de imágenes, pero no pueden sentir ninguna. […] Pueden simular gusto, pero no educarlo. Porque educar el gusto es educar el cuerpo. Y el cuerpo, de momento, no se emula. Se tiene o no se tiene.”
Es esta dimensión encarnada —que no se programa, ni se copia, ni se compila— la que define el valor real del periodismo, del diseño editorial, del análisis cultural. El gusto no es una base de datos. Es una historia compartida. Es una forma de habitar el tiempo.
Lo que está en juego no es solo la viabilidad económica de los medios, sino su papel como tejidos de sentido en sociedades cada vez más fragmentadas y sobresaturadas de estímulos. Ante este desafío, hay algunas posibles respuestas:
Este es un momento bisagra. Y, como todo cruce de caminos, implica una elección: asumir la irrelevancia progresiva en manos de la automatización… o reclamar el lugar que solo lo humano puede ocupar.
No todo está perdido. Pero nada puede darse por sentado. Si los medios quieren sobrevivir a la tormenta, deben entender que su valor no está solo en la información que dan, sino en cómo la construyen, cómo la filtran, cómo la narran. No se trata de competir con la IA en velocidad o volumen, sino de diferenciarse en humanidad, en matiz, en criterio.
Porque frente al algoritmo, lo que queda… es la sensibilidad humana.